martes, 30 de septiembre de 2014

El espíritu condenado 2ª parte

   Al final de la calle se podía ver el sol ocultándose en el horizonte, proporcionando tonos anaranjados que ocultaban cada rincón con sombras tenebrosas y difíciles de mirar sin poner tu piel erizada.
   Poco a poco fue observando aquel lugar hasta que, unos metros más allá, vio el cartel luminoso del hostal. Se quedó quieto, pensativo, sin saber que hacer, pues no le parecía correcto coger su Ferrari rojo para tan solo unos metros, pero aquellas sombras iban ganando terreno según llegaba la noche.
   Se metió las manos en los bolsillos y, con un acto de valor, comenzó a andar por el viejo asfalto sin apartar la mirada del rótulo luminoso del hostal.
   Según avanzaba sus miedos iban disminuyendo, no debía temer a unas sombras en una simple calle, se decía así mismo una y otra vez con la esperanza de controlar aquel temblor que recorría su cuerpo pero, cuando llevaba la mitad del camino recorrido, las farolas comenzaron emitir una luz blanca que hacía más tenebroso aquel lugar, entonces, de forma instintiva, comenzó a correr hasta llegar a la puerta de aquel hostal.
   Una vez dentro se acercó al mostrador y, sin aliento alguno, se dirigió a la muchacha que estaba detrás diciendo:
      -Buenas noches, quería una habitación.
   La muchacha, morena de ojos negros y tez oscura, le miró sonriente y dijo:
      -Buenas noches y tranquilo nos ocurre a todos.
   Él extrañado:
      -¿Cómo?
      -La calle, no sabemos qué tiene, pero resulta complicado cruzarla a estas horas.
   Elías notó cómo se iba sonrojando, un hombre como él no debía mostrar miedo tan fácilmente.
   Ella cogió una de las llaves del panel que había detrás de ella y siguió diciendo:
      -Aquí tiene, está en el primer piso, espero que encuentre todo de su gusto.
      -Seguro que sí- contestó él mientras admiraba la belleza dulce de la muchacha.
   En ese momento una anciana de pelo cano y curvada hacía su pequeño bastón salió de una portezula, casi invisible, y saludando a los dos, con la voz temblorosa a causa de los años, entró en el mostrador en busca de su cómoda silla.
   Elías se despidió de las mujeres y se dirigió a las escaleras dispuesto a dormir a pierna suelta pues había sido un día largo y estaba cansado. Entonces, la voz de la de la anciana llamó su atención con un pequeño chasquido y la palabra “caballero”, él se volvió y vio como aquella anciana salía del mostrador sin dejar de mirarle, a la vez que repetía “sí, le conozco”.
   Cuando la anciana estuvo a la altura de Elías le miró fijamente a los ojos y dijo:
      -Usted ya ha venido por aquí otras veces.
   Elías esbozó una leve sonrisa y respondió:
      -No señora, nunca vine por este pueblo pero, seguramente es por mi abuelo, él vivió aquí una temporada.
   La anciana se quedó en silencio unos segundos y preguntó:
      -¿Quién era?
      -Elías.
   La cara de aquella mujer comenzó a palidecer, estaba claro que le había conocido, ella se dio la vuelta mientras iba respirado con bocanadas fuertes. La muchacha salió rápidamente y cogiendo a la anciana por los hombros la preguntó:
      -¿Se encuentra bien abuela?
      -Oh sí, es que no esperaba volver a saber nada de él, aquel hombre...
   Se quedó en silencio mientras observaba a Elías, tenía sus mismos ojos, la misma mirada. 
   Elías, al ver el silencio de la anciana la preguntó:
      -¿Conoció a mi abuelo?
      -¿Conocerle?- contestó con voz irritada -el maldito Elías, podíamos ser los más felices del pueblo, de ser por lo que hizo, sí, tenía que meterse en medio, no podía dejar que mataran aquella bruja, por su culpa perdimos el bosque, esa maldita bruja.
   Sin decir más la anciana se alejó de él y se adentró de nuevo por aquella portezuela, dejando boquiabiertos a los dos que, sin saber que decir, se miraban pálidos a la espera de que el otro rompiera aquella incómoda situación.
   Elías acabó diciendo:
      -Valla, lo siento mucho, está claro que mi abuelo dejó huella en este pueblo.
   La muchacha sonrió y dijo:
      -No se imagina hasta que punto.
      -En ese caso necesito a alguien que me cuente todo.
      -Yo puedo ayudarle, pero no ahora, por la mañana se va a pasear, durante el desayuno estaremos solos y podré contarle todo.
      -Muchas gracias, en ese caso me voy a dormir, el viaje ha sido largo.
      -Que descanse.
   Elías subió las escaleras y llegó a un largo pasillo con puertas a ambos lados y un número de metal en cada una. Sacó el llavero que le habían dado, en él había escrito un ocho, y comenzó a comparar aquellos números en busca del suyo.

   Una vez encontró su habitación, vieja y mal cuidada aunque limpia, al igual que el resto del hostal, se quitó la ropa, la dejó en el armario que había y se metió en la cama sin poder quitarse a su abuelo de la mente, ¿Qué había hecho aquello anciano? ¿Hasta qué punto se implicó? No conseguía imaginar que había podido suceder en aquel lugar pero, si había algo que le inquietaba, ¿Qué había tenido con aquella mujer? (Continuara)