Al
final de la calle se podía ver el sol ocultándose en el horizonte,
proporcionando tonos anaranjados que ocultaban cada rincón con
sombras tenebrosas y difíciles de mirar sin poner tu piel erizada.
Poco
a poco fue observando aquel lugar hasta que, unos metros más allá,
vio el cartel luminoso del hostal. Se quedó quieto, pensativo, sin
saber que hacer, pues no le parecía correcto coger su Ferrari rojo
para tan solo unos metros, pero aquellas sombras iban ganando terreno
según llegaba la noche.
Se
metió las manos en los bolsillos y, con un acto de valor, comenzó a
andar por el viejo asfalto sin apartar la mirada del rótulo luminoso
del hostal.
Según
avanzaba sus miedos iban disminuyendo, no debía temer a unas sombras
en una simple calle, se decía así mismo una y otra vez con la
esperanza de controlar aquel temblor que recorría su cuerpo pero,
cuando llevaba la mitad del camino recorrido, las farolas comenzaron
emitir una luz blanca que hacía más tenebroso aquel lugar,
entonces, de forma instintiva, comenzó a correr hasta llegar a la
puerta de aquel hostal.
Una
vez dentro se acercó al mostrador y, sin aliento alguno, se dirigió
a la muchacha que estaba detrás diciendo:
-Buenas noches, quería una
habitación.
La
muchacha, morena de ojos negros y tez oscura, le miró sonriente y
dijo:
-Buenas noches y tranquilo nos ocurre
a todos.
Él
extrañado:
-¿Cómo?
-La calle, no sabemos qué tiene, pero
resulta complicado cruzarla a estas horas.
Elías
notó cómo se iba sonrojando, un hombre como él no debía mostrar
miedo tan fácilmente.
Ella
cogió una de las llaves del panel que había detrás de ella y
siguió diciendo:
-Aquí tiene, está en el primer piso,
espero que encuentre todo de su gusto.
-Seguro que sí- contestó él
mientras admiraba la belleza dulce de la muchacha.
En
ese momento una anciana de pelo cano y curvada hacía su pequeño
bastón salió de una portezula, casi invisible, y saludando a los
dos, con la voz temblorosa a causa de los años, entró en el
mostrador en busca de su cómoda silla.
Elías
se despidió de las mujeres y se dirigió a las escaleras dispuesto a
dormir a pierna suelta pues había sido un día largo y estaba
cansado. Entonces, la voz de la de la anciana llamó su atención con
un pequeño chasquido y la palabra “caballero”, él se volvió y
vio como aquella anciana salía del mostrador sin dejar de mirarle, a
la vez que repetía “sí, le conozco”.
Cuando
la anciana estuvo a la altura de Elías le miró fijamente a los ojos
y dijo:
-Usted ya ha venido por aquí otras
veces.
Elías
esbozó una leve sonrisa y respondió:
-No señora, nunca vine por este
pueblo pero, seguramente es por mi abuelo, él vivió aquí una
temporada.
La
anciana se quedó en silencio unos segundos y preguntó:
-¿Quién era?
-Elías.
La
cara de aquella mujer comenzó a palidecer, estaba claro que le había
conocido, ella se dio la vuelta mientras iba respirado con bocanadas
fuertes. La muchacha salió rápidamente y cogiendo a la anciana por
los hombros la preguntó:
-¿Se encuentra bien abuela?
-Oh sí, es que no esperaba volver a
saber nada de él, aquel hombre...
Se
quedó en silencio mientras observaba a Elías, tenía sus mismos
ojos, la misma mirada.
Elías, al ver el silencio de la anciana la
preguntó:
-¿Conoció a mi abuelo?
-¿Conocerle?- contestó con voz
irritada -el maldito Elías, podíamos ser los más felices del
pueblo, de ser por lo que hizo, sí, tenía que meterse en medio, no
podía dejar que mataran aquella bruja, por su culpa perdimos el
bosque, esa maldita bruja.
Sin
decir más la anciana se alejó de él y se adentró de nuevo por
aquella portezuela, dejando boquiabiertos a los dos que, sin saber
que decir, se miraban pálidos a la espera de que el otro rompiera
aquella incómoda situación.
Elías
acabó diciendo:
-Valla, lo siento mucho, está claro
que mi abuelo dejó huella en este pueblo.
La
muchacha sonrió y dijo:
-No se imagina hasta que punto.
-En ese caso necesito a alguien que me
cuente todo.
-Yo puedo ayudarle, pero no ahora, por
la mañana se va a pasear, durante el desayuno estaremos solos y
podré contarle todo.
-Muchas gracias, en ese caso me voy a
dormir, el viaje ha sido largo.
-Que descanse.
Elías
subió las escaleras y llegó a un largo pasillo con puertas a ambos
lados y un número de metal en cada una. Sacó el llavero que le
habían dado, en él había escrito un ocho, y comenzó a comparar
aquellos números en busca del suyo.
Una
vez encontró su habitación, vieja y mal cuidada aunque limpia, al
igual que el resto del hostal, se quitó la ropa, la dejó en el
armario que había y se metió en la cama sin poder quitarse a su
abuelo de la mente, ¿Qué había hecho aquello anciano? ¿Hasta qué
punto se implicó? No conseguía imaginar que había podido suceder
en aquel lugar pero, si había algo que le inquietaba, ¿Qué había
tenido con aquella mujer? (Continuara)